Pinceladas Arqueológicas en la Villa jarrillera

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La fundación de villas medievales en Bizkaia como la de Portugalete, supuso una multiplicación exponencial de la documentación escrita disponible hasta entonces para informar sobre la historia de nuestro territorio. Afortunadamente para nosotros, la Edad Media dejaba de ser una “etapa oscura”, y sus registros escritos nos ayudan a poner “luz” sobre la vida cotidiana de época en nuestro entorno. Pero como bien sabemos, no todo está escrito, y para conocer la vasta historia que aconteció en los siglos anteriores a la fundación de nuestra Villa el recurso a la Arqueología resulta indispensable. La investigación arqueológica continúa dando sutiles pinceladas que nos aproximan poco a poco a comprender cómo vivía la gente que se asentó en este lugar de la margen izquierda de la desembocadura del Nervión-Ibaizabal. 

Pinceladas Arqueológicas en la Villa jarrillera

Ciertamente, sabemos poco aún de esas gentes que habitaron la antigua puebla de Portugalete, ubicados desde antiguo en un entorno natural privilegiado, junto al mar, pero cerca de la montaña. Sus antiguos pobladores supieron aprovechar a la perfección los recursos que ofrecía su medio natural. Eran indudablemente gentes de mar pero que vivieron de cara a la montaña que se levanta a su espalda. De hecho, ya los romanos se emplearon este emplazamiento estratégico de la ría, debido al vivo interés que tenían en el excelente mineral de hierro de los montes circundantes y su fácil extracción por mar. No nos cabe duda que precisamente a estos montes de Triano y Somorrostro se refería el cronista y viajero romano Plinio el Viejo cuando en su Historia Naturalis  describía que “en la Mar cantábrica, en la parte que baña el Océano, hay una montaña que como cosa maravillosa, toda ella es de hierro”. No en vano, en estos mismos montes, los arqueólogos hemos hallado algún yacimiento de época romana dedicado exclusivamente a la explotación y transformación del hierro. Se trata de los primeros testimonios de ferrerías de monte o “haizeolak” de
Bizkaia y cuyos productos a buen seguro fueron embarcados en puertos de la ría como el portugalujo.

Testigo mudo de la época y del trasiego de mercancías en época antigua fue el hallazgo de monedas romanas en la ría a la altura de Portugalete. Realzadas por otros datos aflorados en otras investigaciones, son testimonio de que nuestra antigua puebla fue escala integrante del itinerario romano más importante del Cantábrico occidental, que se desarollaba entre las colonias de Flaviobriga (Castro Urdiales) y Oiasso (Irún). Nos referimos a la denominada Vía Maris, ese gran itinerario de navegación de cabotaje por donde Roma vehiculó la explotación y comercialización de las riquezas producidas en el actual País Vasco. 

Aquellos caminos que utilizaron los romanos para traer mineral desde los Montes de Triano hacia la ría perduraron en uso transformándose con el tiempo, prácticamente hasta la desaparición de la minería industrial a finales del siglo pasado. Desde el punto de vista arqueológico y gracias a las muestras recogidas en superficie, podemos afirmar que unos maestros artesanos ferrones se asentaron en la zona alta de Portugalete (en concreto en el actual barrio de Pando). En un tiempo aún indeterminado, de seguro entre aquella Romanización y el acta de fundación de nuestra Villa en 1322, aprovechando este trasiego de mercancías y mineral desde el interior hacia el puerto viejo, establecieron un taller de producción de hierro donde gracias a unos hornos primitivos, transformaron durante largo tiempo el mineral de hierro en un tocho de metal apto para la forja. Tocho, que probablemente bajarían al herrero de la antigua puebla de Portugalete, que era quien daba la forma definitiva a azadas, armas, clavazón, etcétera. Ese lugar de trabajo en la zona alta pasó a nuestra toponimia local como “el Escurial” en referencia a las escorias de hierro, desecho típico de aquellas antiguas ferrerías de monte. Estos restos de aquella actividad artesanal aún se pueden encontrar dispersos por el entorno de Ballonti dando un simple paseo.

Finalizaremos este repaso por los breves retazos de la arqueología portugaluja con algunos apuntes sobre el último proyecto aún en ejecución en una zona nuclear del casco medieval: el entorno del Campo de la Iglesia Santa María y la Torre Salazar. Planteado como una posibilidad para incrementar el conocimiento de nuestra historia después de la fundación de la Villa, el objetivo era documentar la existencia de unas posibles galerías medievales subterráneas que, todo hay que decirlo, formaban parte ya del imaginario colectivo portugalujo y se describían en un informe de la Fundación El Abra. Para su ejecución inicial y obtener una valoración arqueológica previa de lo que esconde el subsuelo, hemos contado, gracias al apoyo del Ayuntamiento, con la adecuada combinación de las herramientas geofísicas que nos ofrece la tecnología actual. Los métodos seleccionados han sido el georradar, la tomografía eléctrica y la microgravimetría. Cada uno de ellos se basa en medidas diferentes (densidad, resistividad eléctrica y gravedad terrestre), pero todos a priori tienen capacidad por distinta vía para detectar cavidades subterráneas. Los primeros datos que nos han llegado por el momento, ofrecen siempre una información de tipo indirecto y no concluyente pero que nos ha permitido identificar sin duda algún punto “sensible” (con anomalías puntuales) en el Campo de la Iglesia. Deberemos volver sobre ellos para estudiarlos de modo directo utilizando los métodos tradicionales de la Arqueología. Es la hora, por tanto del análisis, para proponer el planteamiento arqueológico más adecuado, y  parafraseando a Laurent Simonin, uno de los primeros arqueólogos del siglo XIX , confiamos en que “a falta de la historia escrita, los hechos (la ciencia) nos iluminarán” en el camino de la historia local.