La Basílica de Santa María y su unión con el pueblo de Portugalete

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La Basílica de Portugalete se alza imponente, como guardiana de la vida de la Villa, en su privilegiada atalaya sobre la ría del Nervión.

La Basílica de Santa María y su unión con el pueblo de Portugalete

Construida entre finales del siglo XV y las últimas décadas del XVI es, sin lugar a dudas, el edificio más bello y emblemático del Portugalete actual, porque a la edad y belleza intrínseca de sus ilustres piedras góticas, une el peso de la tradición y es un incuestionable nexo con aquellos hijos de la Villa, nuestros ancestrales abuelos, quienes con el empuje de su fe, levantaron este soberbio templo que es hoy causa de admiración y de envidia de cuantos nos visitan.

Y es que ya desde sus inicios como Noble Villa, merced a la Carta Puebla otorgada en el año 1322 por la Señora de Vizcaya, Doña María Díaz de Haro, (María la Buena), quien ya en su carta fundacional, en sus primeros párrafos, señalaba: «e por faser mayor merçed tengo por bien e mando que fagan una eglesia en la su villa, do ellos quisieren, que aya vocaçión de Santa María». Por aquellos años Doña María otorgó también otras cartas puebla, en 1325 a Lequeitio y en 1327 a  Ondarroa, pero a ellas no les incluía esa encomienda. Así pues, se puede considerar que el nacimiento de la iglesia está estrechamente ligado al nacimiento de la Villa marinera y el templo está indisolublemente incrustado en el sentir del pueblo que lo acoge. Bien es cierto que el actual no es el primer templo que levantaron nuestros ancestrales parientes, pero aquella pequeña iglesia del inicio se vio pronto superada y hubo que abordar la ampliación con este nuevo edificio que concertó el esfuerzo conjunto de la ciudadanía. Todos colaboraron, fue el proyecto solidario de aquellas gentes de la Baja Edad Media. Participaron todos, los Archiniega, los De la Pedriza, Montellano, Coscojales, Vallecilla, Capetillo, Zalduendo (Juan de Ugarte donó una casa), infinidad de herencias, y cada uno contribuía en su medida. Labairu recoge desde los modestos 5 reales de Martín de la Cuesta a los 100 ducados de María de Basori.

El puerto también colaboraba, pues las sacas de lana pagaban por el embarque un maravedí y en el capitulado que se establece con Burgos para el transporte de su lana, se especifica: «contando que la primera destribución y gasto que de ella se hiciere sea en el Retablo para la capilla mayor de la yga» y lo firma por parte de la Villa, el alcalde de Portugalete, Antón Pérez de Coscojales el 27 de mayo de 1547. Y tras todo aquel esfuerzo colectivo, podemos constatar con gozo que… HA RESISTIDO EL PASO DEL TIEMPO. Todavía hoy, cuando el templo está abierto, podemos ver el gran Retablo manierista, orgullo de toda Vizcaya, que levantaron los hermanos Beaugrant en 1550, el retablo de la Adoración de los Magos, que sigue sorprendiendo a los expertos o las dos excepcionales tablas de pintura Flamenca de la misma época,que derraman su arte desde los nobles muros de las que cuelgan; también una reja renacentista de 1569 y su joya más preciada y repuesta a mediados del siglo XX, la Andra Mari, una talla del siglo XIV, que da nombre al templo y que nos acompaña otra vez desde el lejano 1322, donde ya presidía la pequeña iglesia que vio nacer a nuestro pueblo y ante la que oraban nuestros mayores, que había permanecido apartada hasta que la redescubrió D. Eduardo Escárzaga, párroco en 1932, quien comenzó su proceso de restauración.

Es un placer viajar por Francia (un país laico y aconfesional) y poder admirar sus iglesias, siempre abiertas, donde unos emocionados vecinos las muestran con indisimulado orgullo. Son su historia, son la historia de su pueblo, son su patrimonio cultural, algo suyo y se identifican con ellas. Es cierto que el sentimiento religioso de los pueblos del siglo XXI se ha alejado mucho de aquel Teocentrismo que presidía la Edad Media, pero eso no altera en nada el hecho de que el magnífico templo, el sereno edificio que preside la Villa y despedía a los marinos que salían a la mar, es el fruto del trabajo de aquellas gentes, de nuestros antepasados, dispuestos a engrandecer la Villa de sus amores. El templo no lo hizo el obispado, ni la provincia o los señores feudales de la época, no. La iglesia la levantó el pueblo de Portugalete, es algo nuestro y cuando la admiramos y la dispensamos nuestra atención, no hacemos sino engarzarnos con el sentir de aquellas bravas gentes que eligieron esta noble Villa marinera para vivir y criar a su descendencia, de la que hoy formamos orgullosa prole y ella a cambio nos hace sentir a nosotros, a todos los portugalujos, una honrosa armonía y conjunción con nuestra brillante historia.